Si
es cierto que a nivel institucional el feminismo igualitario es la versión
oficial y normativa para la lucha igualitaria, no es menos cierto que en el
activismo que se está haciendo notar esta generación es un feminismo de una
determinada izquierda, política y posmoderna, asociada a otros movimientos
estético-éticos y políticos.
El
sujeto del feminismo igualitario es cuestionado por la posmodernidad por ser
una ficción unitaria cuya identidad es fijada por oposición a un sujeto neutro
ocupado por lo masculino y que, al ser definida por esta oposición, el sujeto
feminista se constituye de una unidad volitiva inconsistente. Pero ésta crítica
obtiene su correspondencia en la el feminismo social de la cultura posmoderna. El activismo, aun sin ser tan fragmentario
como se hace desde el discurso, se descompone alineándose con diversas
intersecciones vitales.
El
feminismo en la calle se empodera y lo hace siendo muy consciente de las
situaciones individuales de cada persona y de los rasgos que más les definen en
cada momento vital. En nuestra política convulsa de nepotismo y oligarquía con
piel democrática y voracidad neocapitalista, es la ideología económica la que
orienta los paradigmas posibles. Al
igual que el falogocentrismo dicta normas a las teorías culturales modernas, el
capitalismo y su atomización social, el individualismo y el mito igualitarista
(ciego a las diferencias de partida y de llegada) normativiza la diferenciación
con “los otros”.
En
estas dinámicas, las luchas por los derechos de las mujeres se alinean con
movimientos alternativos de oposición como para-ecologistas, veganistas,
animalistas, antisistema, fuckgenders y demás queers que pueblan,
afortunadamente, los movimientos políticos.
Pero como en otros momentos de la historia, las asociaciones con el
feminismo siempre han sido unilaterales. Todos estos matrimonios son fieles por
parte del feminismo siendo necesaria la presencia de éstos para legitimar las
demandas políticas feministas, situándose en una izquierda muy crítica con todo
atisbo de vida “burgués”.
El
matrimonio es unilateral, porque como ya se dio anteriormente, los movientos de
buena izquierda no necesitan, a su vez, de un movimiento feminista de extrema
izquierda que legitime y de fuerza y coherencia a sus demandas. Ellos sí pueden
aliarse (o no) con un feminismo tibio, moderado, que permita no ser
políticamente incorrecto pero no exija cuotas, ni ponga en cuestión el poder
masculino.
Y es
ahí donde está la situación problemática. Es necesaria la presencia y la
vindicación femenina en todos los espacios, okupas y ONGs incluídas. Queremos
mujeres en panaderías, empresas gobiernos y grupos radicales. Pero en momentos
de crisis económica y dogmatismo económico, se desactivan otros canales vindicativos.
De este modo solo queda visible el feminismo de buena izquierda, bien casado
con el resto de movimientos de buena izquierda. (El feminismo transige como
buen esposo/a y acepta pancartas pro-derecho a decidir como: “derecho elegir
ser madre, y padre”.)
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Nancy Spero |
La
parte negativa de esta asociación es que en la sociedad, que es plural por
definición, existen diversidad de posicionamientos para cada uno de los grupos
de buena izquierda. Al casarse con ellos el feminismo de buena izquierda puede
resultar herido de credibilidad y ser visto como propio y exclusivo de buena izquierda y no
necesario de otras izquierdas moderadas (y si me apuran, de otras derechas).
Sobre todo en climas donde el discurso da por alcanzada la igualdad.
El
triunfo de la existencia de un feminismo de buena izquierda queda en cuestión
si éste no consigue mantener una visión estratégica a largo plazo. El feminismo
debe ser capaz de asociarse con más de un compañero, de ser polígamo por
principios. Sobre todo cuando otros feminismos adormecen o mueren de asfixia
institucional. El feminismo ha de ser el novio y la novia de todos, al tener
sus propios objetivos (nada más y nada menos que el fin de la subordinación de
la mitad de la población) debe ser libre, en todo momento, de escoger sus
propios aliados, tan diversos y como sea posible y a la vez poder ser una
opción independiente. No ser racista es, en si mismo, un valor moral
independiente. No hemos de olvidar que ser feminista también.